Todos experimentamos dolor. ¿Dios provoca el sufrimiento?
Como reportero, he estado parado en la mitad de una oscura carretera, he sentido en mi piel el calor de un incendio de auto y he visto las lágrimas de paramédicos veteranos y bomberos mientras sacan el cuerpo de una niña de siete años de entre los fierros retorcidos. Como hijo, he estado de pie junto al lecho de mi madre—con mi mano en su pie, mi visión borrosa—cuando su batalla de dos años contra el cáncer llegó a su fin. Como esposo, he sentido un vacío frío en mi estómago cuando el cirujano llevó de urgencia a mi esposa a la sala de parto para una cesárea porque el cordón umbilical estaba enrollado alrededor del cuello de mi hija. Y como padre, he pasado la noche recorriendo pasillos, rezando para que la fiebre de 103 grados de mi hijo finalmente cediera.
No importa lo que hagas o quién seas: vas a experimentar sufrimiento de alguna manera o forma. Es un hecho de vida tan inalterable como la gravedad, tan cierto como que el sol saldrá. Humano o animal, todos experimentamos dolor y sufrimiento en diversos grados. Como el gran teólogo C. S. Lewis escribió en The Problem of Pain: “Si trata de excluir la posibilidad de sufrimiento que involucra el orden de la naturaleza y la existencia del libre albedrío, se encontrará con que se ha excluido de la vida misma.”1
Dios y el Dolor
Durante siglos, el hombre ha tratado de explicar por qué esa condición es parte del orden natural. Algunos culpan al destino, diciendo que esa es la manera en que se alinearon las estrellas. Otros dicen que es indicativo de las leyes de la ciencia, el equilibrio que el universo logra a través de la dicotomía de lo positivo y lo negativo, la luz y la oscuridad, el bien y el mal.
Pero en tales reflexiones, el dedo acusador siempre parece apuntar hacia Dios. Si existe un creador todopoderoso, que mucho de nosotros consideramos como Dios, ¿entonces por qué él permite que estas tragedias sucedan? Más claramente, ¿Dios provoca el sufrimiento que nos azota?
El Carácter de Dios
Esta pregunta ha hecho que incontables personas evalúen su fe, cuestionen sus creencias y, en algunos casos, abandonen la idea de que existe un Dios después de todo. Muchos llegan a una conclusión similar a esta: Si existe un Dios amoroso y todopoderoso, él eliminaría el mal del mundo ahora. Ya que no lo hace, no debe haber un Dios, y si lo hay, él no es ni amoroso ni todopoderoso, en cuyo caso no vale la pena que lo adoremos.
¿Pero cómo reconcilian su fe aquellos que creen en un Dios personal y amoroso con el tema de la causa del mal? Desde la perspectiva cristiana, la respuesta se puede encontrar en la Biblia, una colección de sesenta y seis libros que los cristianos confían que es la Palabra de Dios.
Mirando a la descripción bíblica del carácter y del ser de Dios, la respuesta breve a la pregunta de que Dios provoca el sufrimiento debe ser no. Se nos dice en la Biblia que Dios es amoroso, compasivo y misericordioso; Dios es perfecto; Dios es tan divino e inherentemente bueno que nosotros, seres mortales y pecadores, ni siquiera podemos estar en su presencia. En el Antiguo Testamento, líderes como Moisés tenían que quitarse los zapatos o cubrirse el rostro con un velo para ponerse en algún lugar cercano a Dios, porque el espacio mismo que Dios ocupa es sagrado. Primero, Juan 4:8 dice de manera sencilla y concisa: “Dios es amor”.
Si nos basamos en este entendimiento de Dios, vemos que inflingir sufrimiento a su creación contradeciría la naturaleza fundamental de Dios. Si ese es el caso, entonces ¿quién es el originador más lógico del sufrimiento que padecemos?
Si no es Dios, ¿Entonces quién?
En la creencia cristiana, la respuesta a la pregunta anterior es Satánas. El libro de Job se refiere a esto con cierto detalle cuando Job es victimizado por el demonio mediante ataques a su familia, sus posesiones y, finalmente, a él mismo.
Sin embargo, lo interesante aquí—y lo que a la mayoría de la gente le genera más dudas—es que si bien Satánas administra el sufrimiento, Dios debe otorgar permiso para que eso ocurra. En Job 2:6 dice: “Muy bien—dijo el Señor a Satanás—, Job está en tus manos. Eso sí, respeta su vida”.
Esto parece alarmante, ¿verdad? ¿Por qué Dios está dispuesto a entregar a Job a la tortura de Satán? ¿Por qué Dios permitiría ese sufrimiento?
Los cristianos creen que él hace esto porque él, de hecho, ama y se preocupa de su pueblo.
Dolor con un Propósito
Eso puede sonar extraño, pero la realidad es que a través del sufrimiento, llegamos a entender mejor nuestra necesidad de ponernos en las manos de Dios. Como escribió C. S. Lewis: “El dolor insiste en que se le atienda. Dios nos susurra durante nuestros placeres, habla en nuestras conciencias, pero grita en nuestros dolores. Es su megáfono para alertar a un mundo sordo”.2
Por ejemplo, miremos a los antiguos israelitas. En numerosas ocasiones Dios permitió a gobernantes paganos que atacaran, castigaran y persiguieran a su pueblo en un esfuerzo por hacer que ellos se alejaran de sus elecciones pecaminosas y desarrollaran el entendimiento de que la vida lejos de Dios es dolorosa y sin esperanza.3
Como escribió la gran autora Jane Austen: “No sufrimos por accidente.”4 El sufrimiento es una excelente manera de cambiar de perspectiva. Cuando las cosas van bien y la vida parece fácil, puede ser difícil ver cualquier razón más allá de nosotros mismos. Cuando se cumple lo opuesto, nuestra necesidad de asistencia divina se torna transparente. Es a través del sufrimiento que empezamos a mirar más allá de los superficiales confines de esta vida y damos una mirada a la eternidad—hacia la gloriosa salvación que espera a todos aquellos que creen en Jesucristo.
“Por tanto no nos desanimemos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y temporales que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento.”5