Me siento solo. Rezo, pero Dios esta en silencio. En estos momentos, me pregunto si Dios siquiera está ahí.
Estás solo. Estás preocupado. Estás frustrado. Estás desesperado. No sabes a quien acudir, así que llamas a Dios. Rezas tus mejores oraciones. Y. . . sólo se escucha el sonido de los grillos. Nada. Por lo que puedes decir, Dios está en silencio. Es indiferente.
Esa es una conclusión perfectamente lógica. Después de todo, si le contaste a un amigo todos tus problemas y se quedó ahí sentado en silencio como una piedra—sin ningún consejo, ningún gesto de empatía, sin palabras de aliento—¿no te preguntarías si se quedó sordo, o peor aún, que simplemente no le importó? Entonces, ¿qué vamos a hacer con el silencio de Dios?
¿Quién está ahí?
Cuando alguien nos hace “la ley del hielo,” recorremos en nuestra mente toda una lista de posibles razones: ¿Lo habré ofendido? ¿Habré faltado a una promesa? ¿Me habré portado mal? Nos imaginamos que si podemos atribuir la falta de respuesta de la parte silenciosa a alguna acción ofensiva de nuestra parte, entonces tal vez podamos hacer las paces y volver a hablar. La carga, creemos, está en nosotros.
Pero “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta.”1 Quizá el primer error que cometemos al querer comprender el silencio de Dios es fallar en comprender su naturaleza. Nos olvidamos de que Dios no es un hombre, y le atribuimos motivos y emociones humanas a él en un intento de explicar sus acciones. Pero nuestros caminos, él dice claramente, no son sus caminos.2
Y mientras que otros seres humanos podrían predicar sus respuestas a nosotros sobre nuestro comportamiento—bueno o malo—Dios no lo hace. Su comportamiento es una manifestación de su carácter, no del nuestro. Y su naturaleza es el amor.3
El Silencio y los Santos
“No es muy cariñoso”, podrías decir, “que alguien que te ame permanezca en silencio.” Pero el silencio de Dios ha sido experimentado por muchos devotos seguidores [de Dios] a los que podrías suponer que Dios nunca dejaría de hablarles. Incluso La Madre Teresa escribió en privado que ella no pudo sentir la presencia de Dios en su vida durante más de cincuenta años—una confesión asombrosa de una mujer cuyo amor por Dios produjo tantas obras buenas.
“Jesús tiene un amor muy especial para ti”, le escribió a uno de sus mentores, “[pero] en cuanto a mí, el silencio y el vacío son tan grandes que miro y no veo, oigo y no escucho.”4 Madre Teresa no podía explicar el silencio de Dios, pero no cuestionó Su amor—tal vez porque sabía que los caminos de Dios no eran sus caminos.
El teólogo escocés Oswald Chambers sostuvo que “Los silencios de Dios son sus respuestas.”5 El silencio de Dios, por lo tanto, puede ser una obertura de intimidad, y no un retiro de la misma: “¿Estás de luto ante Dios porque no has obtenido una respuesta audible? Tú encontrarás que Dios ha confiado en ti de la manera más íntima posible, con un silencio absoluto, no de desesperación, sino de placer, porque él vio que podías soportar una revelación más grande. Si Dios te ha dado un silencio, alábalo; Él te está llevando a la gran carrera de sus propósitos.”6
Desde este punto de vista, el silencio de Dios no es castigo o abandono sino un regalo íntimo de su confianza.
Cuando todo está en Calma
Así que cuando Dios parece estar en silencio, ¿qué debemos hacer? Para empezar, podríamos usar el silencio como una ocasión para recordar las maneras en las que él nos ha hablado en el pasado. Cuando estás separado de un ser querido y no pueden conversar, es común recordar conversaciones o momentos de intimidad de los tiempos que pasaron juntos.
En lugar de preguntarte “¿A dónde se fue Dios?”, considera el uso de dicha “tranquilidad” en la comunicación para recordar aquellos tiempos. Recuérdate a ti mismo los momentos en que sentiste profundamente Su presencia, las veces que creíste haber escuchado Su instrucción, aliento o afirmación. Deja que los recuerdos llenen el vacío y fortalezcan tu fe.
A medida que recuerdas, da gracias a Dios por esos tiempos. Alábalo, también, por Sus atributos, Su carácter, Sus poderosos actos en el pasado, y las formas en las que te ha sido fiel. Deja que la gratitud—no el miedo o la duda—empiecen a llenar el vacío que puedes estar sintiendo. Su carácter no depende de tu percepción de él— ¡algo más por lo cual estar agradecidos!
Comprende que tu fe está siendo ejercitada cuando Dios parece estar ausente. Durante los tiempos de silencio, debes confiar en algo más allá de tus propios sentimientos y emociones. “Cualquiera que venga [a Dios]”, dijo el escritor de Hebreos, “tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.”7
Creer en tiempos de silencio es difícil. Cuando Dios está en silencio, estamos tentados a dejar de creer que él existe y que se preocupa. “Lo que hace que la falta de fe en muchos sea más atractivo [que tener fe], es que mientras crees en algo requieres de un cierto grado de comprensión y esfuerzo, y no creer no requiere mucho de nada en absoluto.”8 Toma el camino difícil. Que se fortalezca tu fe mientras crees sin ver u oír.
También es importante continuar obedeciendo a Dios—sobre todo en esos momentos en los que su presencia no se siente. No caigas en la trampa de decir: “¡Si no vas a hablar conmigo, yo tampoco voy a tratar de escucharte!” Mucho de la voluntad y la instrucción de Dios se nos da de manera individual, pero corporativamente. En las páginas de Su Palabra, él ha dicho mucho acerca de la forma en que quiere que su pueblo viva.
Él habla a través de la Biblia, a través de otras personas, a través de su mundo creado, y a través del “aún, susurro” de su Espíritu. A menudo, lo que nos imaginamos como el silencio de Dios es todo lo contrario. Obedece lo que ya ha dicho y estarás listo para escuchar aún más de él.
Recuerda. Alaba. Obedece. Repite.
“Yo he hecho todas estas cosas,” podrías decir. “¿Acaso Dios no me debe una prueba de su presencia ahora? ¿No tiene algo sólo para mí? "No. Y sí.
No, él no nos debe prueba de que él es. (Él nos da esto en muchas maneras, pero no nos lo debe.) Lo que somos debido a nuestro comportamiento, por suerte, no es lo que él le da a aquellos que ponemos nuestra confianza en Cristo.
Él ofrece gracia a aquella persona que confiesa sus faltas y pide misericordia. Él se entrega a aquellos que le piden. Sí, él tiene algo sólo para ti. Si su voz no está claro, si su plan no está clara—sigue haciendo las cosas que sabes. Sigue recordando su bondad y amor. Continúa elogiándolo. Sigue obedeciendo su voluntad, tanto como ya sabes.
Y mientras te concentras en estas cosas, mantén el oído de tu corazón atento hacia Dios. Escucharás su voz de nuevo. Hasta entonces, recibe el silencio. Éste nos enseña, también.