¿Tiene la Vida un Propósito?

¿Tiene la Vida un Propósito?

¿Hay algún significado en la vida? ¿Hay algún propósito que dure más que la muerte?

Mi pregunta -que a la edad de cincuenta me dejó al borde del suicido- era la más sencilla de las preguntas, que yace en el alma de cada hombre... una pregunta sin respuesta y sin la cual no se puede vivir, según he descubierto por experiencia propia. Era: ‘¿Qué será después de lo que estoy haciendo hoy o voy a hacer mañana? ¿En qué devendrá toda mi vida?...¿Existe algún sentido en mi vida que no sea destruido por la inevitable muerte que me espera?'León Tólstoi1

El gran autor ruso León Tólstoi lo tenía todo: Riqueza, familia, éxito y fama. Según el estándar de casi todo el mundo, Tólstoi también debió haber poseído un enorme sentido de la alegría, el logro y el propósito. Pero no era así.

Había algo que siempre lo acosaba: La muerte. “¿Hay algún significado en mi vida que no sea destruido por la inevitable muerte que me espera?”, preguntó. Tólstoi no se pudo sacudir el sentimiento de que el final impuesto por su muerte inevitable hacía que todo en la vida perdiera sentido.

Intranquilidad en Plena Prosperidad

Tólstoi no estaba—y sigue sin estar—solo con este sentimiento. Por ejemplo, en la actualidad Estados Unidos tiene la cultura más avanzada, adinerada y confortable en toda la historia de la humanidad, pero al mismo tiempo podría decirse que es la que abarca más personas con depresión, medicadas y desorientadas en toda la historia de la humanidad.

Un autor francés reconoció esto hace más de cien años. Cuando visitó Estados Unidos por primera vez, Alexis de Tocqueville observó algo que hoy en día es aun más evidente: “Hay algo sorprendente en esta extraña intranquilidad de tantos hombres felices, incansables en medio de la abundancia... Además de las buenas cosas que él posee, a cada instante fantasea con miles de otras que la muerte le impedirá probar si no las prueba pronto. Este pensamiento le llena de ansiedad, temor y lamento, y mantiene su mente en una turbación permanente”.2

Tólstoi, De Tocqueville y millones de personas hoy reconocen la misma pregunta agonizante: ¿Existe algún sentido o propósito en la vida que la muerte no borre?

Carencia de Sentido...

Sorprende descubrir que uno de los libros más intrigantes—y a menudo menospreciado—de la Biblia aborda esta misma inquietud. El libro de Eclesiastés responde la pregunta anterior con un rotundo no: “‘Vanidad de vanidades’, dijo el Predicador. ‘Vanidad de vanidades, Todo es vanidad’”.3

No es algo que la mayoría de la gente espere encontrar en la Biblia, pero ahí está. El resto del libro sigue desarrollando el principio de que en realidad no hay sentido en "todas las cosas que se hacen debajo el sol”.4 La sabiduría y el conocimiento no tienen sentido, la riqueza no tiene sentido, el placer no tiene sentido. La vida no tiene sentido. “Todo ello es vanidad”.5

La Biblia se las trae. Imagínese que estuviera en espera a ser ejecutado y que su ejecución fuera mañana. No hay nada que pudieras hacer hoy que cambiara lo que va a pasar mañana. Por tanto, no hay nada que pudieras hacer que no vaya a haber desaparecido mañana. La muerte le pondrá fin a todo.

Ese es el punto de la Biblia. Si esta vida es todo lo que hay -si la muerte es el final y no hay nada después- entonces no puede haber ningún significado o propósito real en la vida. La muerte lo destruye todo. La vida se vive en vano porque nada de lo que puedas hacer impedirá el triunfo final de la muerte.

. . . al menos que

Pero Eclesiastés no se queda ahí. Hay un pequeño pero enorme significativo detalle que es vital para las afirmaciones hechas en Eclesiastés: alejada de Dios, la vida no puede tener ningún propósito.

Permítanme explicarlo un poco.

De acuerdo con la visión de mundo científica que predomina en la actualidad, tú eres apenas una composición aleatoria de átomos al azar. Tú eres el resultado accidental de un proceso biológico que ocurre irreflexivamente y sin propósito.

Sin embargo, el libro de Eclesiastés—y el cristianismo en general—ofrece una perspectiva doble: mientras que la vida alejada de Dios carece agudamente de sentido, la vida con Dios rebosa de propósito.

Dios creó a la humanidad, y él nos creó para un propósito específico. Sin embargo, nosotros rechazamos ese propósito (¿recuerdan la historia de Adán y Eva?) y desde entonces hemos recorrido mucho para tratar de crear nuestro propio propósito y sentido.6

El escritor C. S. Lewis lo expresó así:

Todo lo que llamamos historia humana—dinero, pobreza, ambición, guerra, prostitución, clases, imperios, esclavitud—es la larga y terrible historia del hombre tratando de encontrar otra cosa que no sea Dios para ser feliz... Esa es la razón por la que nunca tendrá éxito. Dios fue quien nos hizo: nos inventó como el hombre inventa un motor. Un auto está hecho para funcionar con petróleo, y no funcionará correctamente con ninguna otra cosa. Ahora, Dios diseñó la máquina humana para funcionar en Él mismo. Él mismo es el combustible con el que nuestros espíritus están diseñados para funcionar, o el alimento que contempló el diseño de nuestros espíritus. No hay otro más.7

Su vida puede tener un gran propósito. Su vida puede tener un propósito eterno.

Por ser el creador de esta vida, Dios sabe lo que es mejor para el hombre. Dios sabe que la única cosa que puede dar un verdadero sentido a la vida es el mismo. Los cristianos creen que Dios, a través de Jesucristo, nos ofrece a todos vida eterna; vida más allá de este mundo, donde “ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”.7

Mira a tu Alrededor

Solo mira alrededor. Mira Hollywood. La gente más bella, rica y exitosa del mundo es afectada con tanta frecuencia por la depresión, la adicción a las drogas, a desórdenes alimentarios e innumerables problemas destructivos.

La historia ha demostrado una y otra vez que el dinero, el sexo, las posesiones y la fama sencillamente no proveen la plenitud que deseamos. Una y otra vez la gente ha sabido que estas cosas no ofrecen ningún propósito real ni duradero.

Según los cristianos, la vida puede tener un gran propósito, pero—no importa cuánto nos resistamos—ese propósito se encuentra solo a través de una relación con Dios.