Una Mirada más Profunda a: ¿Qué dice la Biblia acerca del Significado y el Propósito?

Una Mirada más Profunda a: ¿Qué dice la Biblia acerca del Significado y el Propósito?

Todos vivimos y luego morimos. ¿Acaso existe algún propósito en la vida?

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A medida que llegaba a mediados de sus cincuenta años, el poeta Philip Larkin describió un período típico de veinte y cuatro horas en su vida:

Trabajo todo el día, y por las noches me emborracho.
Me despierto a las cuatro en una oscuridad callada, y miro.
Los bordes de las cortinas no tardarán en iluminarse.
Hasta entonces veo lo que siempre ha estado ahí:
La muerte infatigable, ahora un día entero más cerca,
Que borra todo pensamiento excepto
Cómo y dónde y cuándo moriré.1

Para Larkin, el significado de la vida y el propósito eran efectivamente aniquilados por la muerte. Para el científico y autor Richard Dawkins, la muerte comprueba que no existe finalidad en el universo excepto la replicación genética:

Durante el minuto que me lleva componer esta frase, miles de animales están siendo comidos vivos, muchos otros corren para salvar su vida, gimoteando de miedo, otros están siendo comidos desde dentro por ásperos parásitos, miles de todas clases mueren de hambre, sed o enfermedad. . . . En un universo de electrones y genes egoístas, fuerzas físicas ciegas y replicación genética, alguna gente sufrirá, otra tendrá suerte, pero tú no encontrarás ninguna razón ni rima en todo ello, ninguna justicia. El universo que observamos tiene precisamente las propiedades que esperaríamos si en el fondo no hubiera ningún diseño, ningún propósito, ni bien ni mal, nada más que despiadada indiferencia.2

¿Cómo puede tener significado la vida, cuando la parada completa siempre llega demasiado pronto? Uno de los héroes trágicos de Shakespeare lo expresa así:

El mañana, y el mañana, y el mañana
Se deslizan de día en día
Hasta que nos llega el último momento;
Y todos nuestros ayeres no han sido otra cosa sino payasos
Que han facilitado el paso a la polvorienta muerte. ¡Apágate, apágate, luz fugaz!
La vida no es más que una sombra que pasa, deteriorado histrión
Que se oscurece y se impacienta el tiempo que le toca estar en el tablado
Y de quien luego nada se sabe; es un cuento
Que dice un idiota, lleno de ruido y de furia, pero falto de toda lógica.3

Si al final la vida no significa nada, ¿para qué hacer algo?

Thom Yorke, vocalista de la banda Radiohead, da una respuesta franca pero exitosa: “Es llenar el hoyo... eso es todo lo que cualquiera hace.” Cuestionado por su entrevistador: ¿Y qué le sucede después al hoyo? Yorke respondió, “Aún está allí.”4

Es un pensamiento aleccionador. Todo lo que hacemos—todos los días de fiesta, las conversaciones, los logros, enamorarse, elegir dónde vivir y con quién casarse y qué vestir y qué comer y cómo criar a los hijos—es una revista mal querida en la sala de espera de un consultorio médico. No es más que una vacua distracción hasta el momento en que somos llamados y recibimos la noticia que hemos estado temiendo todo el tiempo.

Príncipe o indigente, realmente no importa. Todos pasamos nuestros días tratando de llenar el hoyo voraz dentro de nosotros y después—en una ironía cósmica disfrutaríamos, probablemente, si no estuviéramos tan inconvenientemente muertos—nosotros mismos terminaremos como vertedero.

La Biblia contempla este espectáculo y está de acuerdo. Si la muerte es el último hecho del universo, esta debe ser nuestra conclusión: “¡No tiene sentido! No tiene sentido. . . . ¡Definitivamente no tiene sentido alguno! Nada tiene sentido. . . .¿Qué ganan las personas de todas sus labores?. . . . Nadie se acuerda de las generaciones anteriores, e incluso aquellas por venir no serán recordadas por los que las seguirán.”5

Ciertamente la muerte nos cura del engaño de que somos el centro del universo o que tenemos el máximo control sobre nuestras vidas.

Pero aun así es una pregunta legítima: ¿Qué debemos hacer con el poco tiempo que tenemos? Si una pala es para cavar y las tijeras son para cortar, ¿para qué somos los seres humanos?

Nacidos para. . . ¿Qué?

Aparentemente, esa no es una pregunta fácil de responder. Parecemos ser multi-competentes. Escribimos sonetos, construimos rascacielos, cantamos canciones, corremos maratones, tocamos instrumentos musicales, contamos chistes, hacemos bebés—no todo el mismo fin de semana, pero aún así. La raza humana es violenta, prodigiosa, vergonzosamente talentosa.

¿Pero acaso hay algo para lo que todos nosotros—incluso como seres humanos individuales—estemos peculiarmente equipados? ¿Algún propósito particular que todos hayamos sido creados para cumplir? Para ponerlo de otra manera: ¿Para qué nacimos?

Nuestra respuesta a esta pregunta es muy importante. Podría ser catastrófico mal entenderla. Si vieras a alguien usando un invaluable violín Stradivarius para clavar las estacas de una tienda de campaña en el suelo, justamente pensarías que es una trágica pérdida de un violín tan valioso—y una manera muy costosa de levantar una tienda de campaña.

Al no reconocer el propósito del violín o sugerir que no tiene propósito alguno, podemos perder mucho. Cosas tan valiosas serán diezmadas. Y se le negará al mundo el alegre sonido de algo que fue creado para hacerlo.

Entonces: ¿Para qué son los seres humanos? ¿Cuál es nuestro propósito?

La Imagen lo es todo

La respuesta de la Biblia a esa pregunta comienza a desarrollarse en su primer capítulo, donde leemos que tú y yo fuimos creados “a imagen de Dios”: “Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó.”6

Las implicaciones de esa declaración—tú y yo estamos hechos a imagen de Dios—son enormes, y separar cada una de ellas requeriría mucho más espacio de lo que permite este documento.

Por un lado, esto significa que cada ser humano—el pequeño ser humano confinado al útero, el humano anciano confinado a un hospicio, el humano discapacitado confinado a una silla de ruedas—lleva la imagen de Dios y por lo tanto tiene un valor infinito. La manera en que tratamos a otros ciertamente importa mucho.

Pero también significa esto: Tú y yo fuimos hechos a la “imagen” de Dios. Nuestro propósito en la vida es ser un reflejo, una imagen de Dios mismo.

Ninguna analogía es perfecta, pero déjame tratar de ilustrar lo que quiero decir. En Londres, donde vivo, hay un edificio del siglo XVII llamado la Casa de los Banquetes (Banqueting House). Adentro en el techo, hay una impresionante obra del pintor belga Peter Paul Rubens. Esta pintura es tan hermosa, que es imposible no quedarse mirando el arte, el detalle y la majestuosidad de ella.

Pero lamentablemente, después de unos minutos de mirar hacia arriba, el cuello empieza a doler.

Así que el personal de la Casa de los Banquetes ideó una solución. Para ayudar a la gente a ver mejor la pintura, crearon carros especiales con espejos colocados encima de ellos. Ahora uno puede mover el carro alrededor, ver en el espejo y admirar la pintura de una manera que de lo contrario sería imposible.7

Hay algo de eso en Génesis 1. Nos dice que nuestro Creador nos hizo, como un espejo, a la imagen de él, para atraer la atención a él, para mostrarlo y representarlo. Fuimos hechos para reflejar la asombrosa belleza y bondad de Dios para que el mundo pueda disfrutar aún más de su creador. Ese es nuestro propósito en la vida. Y cuando descubrimos ese propósito—como el Stradivarius siendo tocado en lugar de destrozado—nuestros corazones verdaderamente cantan.

Esto es a lo que Dios se refiere cuando dice: “Trae a mis hijos desde lejos y a mis hijas desde los confines de la tierra. Trae a todo el que sea llamado por mi nombre, al que yo he creado para mi gloria.”8

¿Por qué estamos aquí? Para mostrar la gloria de Dios representándolo.9

Las constelaciones en el cielo nocturno son impresionantes. Ellas, también, “declaran la gloria de Dios,” como lo hace el resto de la creación.10 Pero para toda su belleza vertiginosa y de distracción, las estrellas no fueron hechas a imagen de Dios. Sorprendentemente, Dios nos ha dotado de ese privilegio a nosotros y sólo a nosotros solos.

¿Un Dios Egocéntrico?

En este punto, debo abordar una posible objeción. Si el fin último de la creación de Dios—y especialmente el propósito final de los seres humanos—es traer gloria a Dios, ¿eso no implica que Dios es algo egoísta y egocéntrico?

Puede parecer así a primera vista. Pero permítanme sugerir dos razones por las cuales esto no es el caso.

En primer lugar, el Dios de la Biblia revela algo muy inesperado sobre sí mismo. Él es una Trinidad. Esta es una palabra que asusta y confunde a la gente. Pero simplemente significa que él es una “tri-unidad”: Tres personas distintas unidas en una naturaleza divina.11

Cada una de estas personas—Padre, Hijo y Espíritu—son infinitamente entregadas a los otros. El Padre glorifica al Hijo, el Hijo glorifica al Padre y el Espíritu trae gloria al Hijo, quien a su vez glorifica al Padre.12

Hay un interminable y alegre acto de dar y recibir amor dentro de la Trinidad. Y lejos de ser egoísta o egocéntrico, Dios realmente invita a aquellos a quienes ha creado a participar en esta alegría inigualable.13

En segundo lugar, como el teólogo del siglo XVIII Jonathan Edwards señaló, buscar la gloria de uno mismo es sólo un problema si la persona que lo hace no es absolutamente digna de gloria.14 En vista de ello, es muy buena noticia para nosotros que Dios se glorifica a sí mismo. De esta manera, gentilmente nos está señalando a la fuente de toda la alegría.

El Dios de toda la Felicidad

No tenemos que sacrificar nuestro placer en la vida para representar a Dios. Por el contrario, lo representamos mejor cuando lo disfrutamos más. El propósito de tu vida, entonces, es disfrutar de Dios.

Es a beneficio nuestro que lo hagamos porque después de todo, todos queremos ser tan felices como podamos. Y está en los mejores intereses de Dios que lo hagamos, porque nada glorifica más a Dios que nuestra felicidad en él.

El hombre que dice: “Mi esposa me hace feliz,” mientras parece estar retenido a punta de pistola, no glorifica a su esposa. Pero el hombre verdaderamente feliz sí lo hace. Con alegría él les habla a otros sobre su belleza, su carácter, su amor. Evidentemente es el objeto de sus pensamientos, sus sueños, su embarazosa (pero sincera) poesía. Nunca quiere irse de su lado, y si lo hace, lamenta su ausencia. Él nunca mira a otras mujeres porque está tan satisfecho en ella. Incluso aquellos que no la han conocido piensan, Ella debe ser grandiosa. Mira lo feliz que es él porque está con ella.

Él la glorifica demostrando que nada ni nadie lo hace más feliz. Eso es lo que significa para nosotros glorificar a Dios.

Apartándonos del Espejo

Pero en realidad, como sabemos, así no es cómo vivimos. Vivimos como si la verdadera felicidad se encontrara alejados de Dios, y por lo tanto no lo glorificamos.

Pasamos nuestro tiempo glorificando algo o a alguien que no es Dios. No podemos evitarlo. Debido a que los seres humanos fuimos creados a imagen de Dios, fuimos hechos para glorificar. Así que buscamos “glorias menores.”

Piensa en qué dedicamos nuestros pensamientos y sueños. Piensa en lo que son nuestras esperanzas y aspiraciones. Carrera, sexo, dinero, ocio, familia. Si somos honestos, glorificamos un montón de cosas y glorificamos a muchas personas—incluyéndonos a nosotros mismos. Pero no glorificamos a nuestro Creador, el mismo que nos dio todas las cosas que amamos glorificar. Como lo dice el Dr. Tim Keller, cuando vives así, has quebrado la imagen de Dios en ti mismo.15

No es que estas “glorias menores” sean malas en sí mismas. Pueden ser muy buenas en su lugar. Pero cuando las usamos para darnos nuestro último sentido de propósito, posiblemente no pueden soportar el peso. Nunca nos proporcionan la satisfacción profunda que anhelamos. Nos decepcionan, o interviene la muerte y nos la roba.

Es por esto que muy a menudo experimentamos la terrible falta de significado y propósito expresado por Philip Larkin, Richard Dawkins y Thom Yorke. Porque no estamos “representando a Dios” como fuimos creados para hacerlo; vemos estas glorias menores y más bien empezamos a representarlas a ellas. Nuestras almas se encogen al tamaño de las cosas en las que hemos puesto nuestros corazones.

El libro de Romanos lo expresa así: “No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido”16

Cuando un espejo es “apartado” de alguien, éste ya no le refleja. Y es ahí donde nos encontramos: Alejados de nuestro Creador, separados de él, mereciendo su condena, incapaces de disfrutar el propósito para el cual fuimos hechos.

Entonces, ¿qué esperanza queda?

La “Imagen Perfecta de Dios”

A medida que lees el Nuevo Testamento, puedes empezar a notar algo impresionante. Jesucristo es descrito siendo y haciendo exactamente lo mismo que tú y yo estábamos destinados a ser y hacer. Él es descrito como “la imagen de Dios” y “la imagen del Dios invisible.”17 En otras palabras, refleja perfectamente el carácter de Dios en todos los sentidos.

En Juan 17:4, Jesús ora a su Padre, “Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste.” ¿Cuál era el trabajo que Dios el Padre le encomendó a su hijo? Fue vivir una vida que reflejara perfectamente a Dios; una vida que lo glorificara perfectamente. En otras palabras, Jesús vino a hacer lo que tú y yo no hemos podido hacer. Él refleja perfectamente la completa bondad, gracia, justicia, misericordia, amor y abrumadora belleza de Dios.

Si tuviéramos que tratar de resumir, podríamos decir algo como esto: En la vida de Jesús, vemos a Dios mismo en carne humana y cumpliendo el propósito para el cual todos los seres humanos fuimos creados. En la muerte de Jesús, lo vemos tomando la condena que nos merecemos por rechazar el propósito para el cual Dios nos creó. Y en la resurrección de Jesús, vemos que la muerte—el enemigo que amenaza con destruir todo propósito—ha sido destruido.

Si quieres ver una pintura gloriosa, por todos los medios ven a visitar la Casa de los Banquetes en Londres. Contempla a través de uno de los espejos. Pero si quieres ver a Dios, contempla el rostro de Jesucristo.18 Como él mismo dice en Juan 14:9, “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.” Es la sola imagen perfecta de Dios.

Girando el Espejo

Pero por supuesto, no es suficiente simplemente reconocer que Jesús reflejó perfectamente  a Dios. Si vamos a vivir nuestro verdadero propósito, realmente necesitamos ser transformados para que nosotros mismos podamos ser más como Jesús. Como espejos, deberíamos “girar” para que otra vez podemos reflejar a nuestro Creador.

Y eso es exactamente lo que Dios hace para todos aquellos que acuden a él. ¿Cómo venimos a él? Jesús nos da la respuesta: Nos dice, “¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!”19

“Arrepentirse” literalmente significa “girar.” El espíritu de Dios te permite dar la vuelta hacia Jesús para que puedas reflejarlo. De repente, empiezas a “ver” la belleza de Dios en Jesucristo. La ves en la Biblia, y la ves reflejada en las palabras y acciones de aquellos que lo aman.20 Y a medida que lo haces, empiezas a reflejarlo a él tú mismo. De manera lenta pero constante Dios empieza a restaurar su imagen en ti.21

Esto no se puede hacer desde nuestra propia fuerza, nada más que un espejo puede realinearse a sí mismo. Por lo tanto, esto no se trata de comenzar de nuevo o empezar a “esforzarse más a partir de ahora.”

Se trata de reconocer nuestra dependencia completa de aquel que nos da la “vida, el aliento y todas las cosas.”22 Se trata de pedirle a Jesús que haga por nosotros lo que sólo él puede hacer. Se trata de pedir perdón y arrepentirse. Se trata de pedirle que nos envíe su Espíritu, para que puedas vivir una vida que comience a reflejar la belleza del carácter de Dios.

Y que tu corazón comience a cantar dulcemente mientras recuerda para qué nació.

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  1. Philip Larkin, Collected Poems (Londres: Faber and Faber, 2003), 208.
  2. Richard Dawkins, River Out Of Eden: A Darwinian View Of Life (Londres: Phoenix, 1996), 131–32.
  3. William Shakespeare, “Macbeth,” 5.5.16–27, The Riverside Shakespeare (Boston: Houghton Mifflin, 1997), 1337.
  4. Entrevista con la revista New Musical Express, 15 de mayo de 2001, disponible en http://taminogruber.com/icyeyes/nme.htm, consultado el 16 de agosto de 2013.
  5. La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional (NVI) © 1999, Eclesiastés 1:2–3, 11.
  6. Ibid., Génesis 1:27. Véase también Génesis 1:26, 5:1–2, y 9:6.
  7. Debo agradecer a mi amigo Nate Morgan Locke por esta ilustración.
  8. Ibid., Isaías 43:6–7, énfasis añadido.
  9. Cuando la Biblia habla de “La gloria de Dios,” significa su belleza incomparable, su valor supremo, la completa “bondad” de su carácter.
  10. La Santa Biblia, Salmos 19.
  11. Ibid., Mateo 28:19; 1 Corintios 12:4–6; 2 Corintios 13:14.
  12. Ibid., Juan 17:1, 16:14.
  13. Ibid., Juan 17:20–21.
  14. Véase Jonathan Edwards, “Dissertation I. Concerning the End for which God Created the World” en Ethical Writings, ed. Paul Ramsey, The Works of Jonathan Edwards, vol. 8 (New Haven, CT: Yale University Press, 1989).
  15. Tim Keller, “Saturday Sermons: In the Image of God,” The Biologos Forum, 11 de junio de 2011.
  16. La Santa Biblia, Romanos 3:10–12, énfasis añadido.
  17. Ibid., 2 Corintios 4:4; Colosenses 1:15.
  18. Ibid., 2 Corintios 4:6.
  19. Ibid., Marcos 1:15.
  20. Ibid., Efesios 3:10–11.
  21. Ibid., Romanos 8:29. Véase también 2 Corintios 3:18.
  22. Ibid., Hechos 17:25.
  23. Crédito de Foto: Vyaseleva Elena / Shutterstock.com.