¿Realmente debemos perdonar y olvidar? ¿Cómo es eso siquiera?
“Bienvenido, Mortífago", dijo Voldemort en voz baja. "Trece años. . . Trece años después de la última vez que nos encontramos. Sin embargo, respondes a mi llamada como si fuera ayer. . . ¡Todavía estamos unidos bajo la Marca Tenebrosa, entonces! ¿No es así?"...
Uno de los hombres avanzó hacia Voldemort rompiendo el círculo. Temblando de pies a cabeza, cayó a sus pies.
“¡Amo!” gritó, “¡Perdóname! ¡Perdónanos a todos!”
Voldemort rompió en risas. Levantó su varita.
“Crucio!”
El mortífago que estaba en el suelo se retorció y gritó. . . . Voldemort levantó la varita. El mortífago torturado yacía en el suelo jadeando.
“Levántate, Avery,” digo Voldemort con suavidad. “Levántate. ¿Ruegas clemencia? Yo no tengo clemencia. Yo no olvido.”1
Leemos este extracto de uno de los libros más vendidos de nuestro tiempo—Harry Potter y el Cáliz de Fuego (Harry Potter and the Goblet of Fire) —con un delicioso estremecimiento. El personaje mórbido y narcisista de Lord Voldemort se adapta a cualquier requerimiento de un antagonista: sed insaciable de poder, determinación perversa por la inmortalidad, crueldad tiránica.
Amamos odiar a Voldemort.
Sin embargo, aun cuando denunciamos la exhibición malvada de Voldemort, algo acerca de sus acciones cuestiona nuestro subconsciente. Sabemos que él es el malo de la película, pero algo en nuestra esencia es sacudida por la exposición dramática de Voldemort.
Nos preguntamos, ¿Puede existir el verdadero perdón? Incluso, ¿cómo sería si existiese?
¿Un Ideal Imposible?
Hemos escuchado que "el poder absoluto corrompe absolutamente."2 Todo lo que experimentamos en la tierra y la historia parece confirmarlo. Hitler, Stalin, Robespierre, Mao Zedong, Idi Amin, Pol Pot—todos conocidos por su abuso despiadado de poder—proporcionan más razones de las suficientes para hacer que nos resistamos a la idea de una autoridad absoluta y nos hace cuestionarnos acerca de la existencia de los ideales universales.
Nuestras experiencias con aquellos que abusan de su autoridad sin duda influyen en nuestras percepciones, pero no se necesita un nivel tan atroz de maldad para hacer mella en nuestros ideales. Nuestra idea de perdón puede llegar a ser mancillada incluso a través de los encuentros cotidianos. Tú mamá no pudo superar que eligieras pasar tiempo con tus amigos en lugar de volver a "casa" para las vacaciones; tu amigo se molestó contigo porque olvidaste su cumpleaños; esa mujer en el Lexus te gritó obscenidades cuando te incorporabas a la interestatal.
La forma en que definimos el perdón se asocia cada vez más a aquellos que lo expresan imperfectamente. Vemos a nuestro alrededor una actitud de falta de perdón—o de dosificación de perdón en el mejor de los casos. Esta versión quebrada del perdón es la única que conocemos, y, francamente, nos deja helados. Reprimimos el ideal interno del verdadero perdón y nos volvemos al cinismo.
“Pecadores en las Manos de un Dios Enojado”3
Un efecto secundario, desafortunado pero natural ocurre cuando las características de los hombres malos y poderosos se atribuyen a un Dios poderoso, santo. Creemos que Dios está enojado y decepcionado con nosotros por nuestras rebeliones, al igual que nuestros compañeros humanos a menudo lo están. Estamos seguros de que si existe un Dios personal, sin duda nos hará pagar por lo que hemos hecho.
Y hemos escuchado pasajes en la Biblia que parecen confirmar esta conclusión. Romanos 6:23 dice sucintamente: "Porque la paga del pecado es muerte." Romanos 3:23 nos dice claramente que "pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios." Bueno, eso no se ve bien para nosotros, ¿verdad?
Incluso al margen de la enseñanza bíblica, muchos de nosotros aprendimos cuando éramos jóvenes que no obedecer a las figuras de autoridad tenía consecuencias—a veces extremas e inclusive dolorosas. A medida que crecimos, fuimos aprendiendo la realidad de que las consecuencias naturales suceden como resultado de nuestras decisiones descuidadas. Cuando algo sale mal, al final alguien tiene que pagar.
Gran Deuda, Gran Pago
Los versículos que leímos anteriormente declaran inequívocamente que ninguna persona es capaz de ser impecable frente a un Dios santo—no hay un simple humano que pueda alcanzar ese nivel de perfección. Todos somos pecadores. Con el pecado, es como si un abismo infinito ha sido abierto entre Dios y nosotros—no hay que llenarlo, no hay que pagar la deuda que tenemos. Somos como delincuentes arrojados a una cárcel de deudores, y desde dentro de la prisión, la deuda que era difícil de pagar se convierte en insuperable.
Los cristianos creen que la solución a este problema es simple y más grande de lo que jamás nos hubiéramos atrevido a esperar. La solución puede encontrarse en lo que los cristianos llaman el Evangelio—el plan de perdón y redención que Dios diseñó antes de la noche de los tiempos.4
Si leemos más a fondo en Romanos capítulo 3, veremos que el pasaje no se detiene con el pecado. Lee todo; Romanos 3:23-24 declara: "Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó." Y Romanos 6:23 igualmente agrega: "Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor."
Para el cristiano, el pecado y la muerte no son las palabras finales. Sorprendentemente, al mismo al que le debíamos nuestra deuda, Dios, nos ha dado un regalo. Al mirar detenidamente estos versículos, vemos cuatro palabras importantes que nos dan pistas de lo que es este maravilloso regalo: justificación, gracia, redención, vida.
Jesus sufrió y murió en la cruz, llevando el castigo que merecemos por nuestros pecados. Él hizo todo esto para que nosotros—si ponemos nuestra confianza en él—seamos acreditados con y redimidos por su obediencia perfecta. Esto es a lo que los cristianos se refieren cuando dicen cosas como: "Jesús lo pagó todo."
El plan de Dios restaura generosamente nuestra relación con él y da vida eterna a aquellos que ha marcado como suyos.
Pagado en Su Totalidad
El quebrantamiento que sentimos entre nosotros y otros, el abismo abierto por el pecado entre nosotros y Dios, sólo puede ser atravesado por el verdadero perdón. Sin represalias, sin tratar de compensar la deuda que tenemos con años de buenas obras, sino por el tipo de perdón que olvida.5
Tal vez nunca has experimentado este tipo de perdón—el que está lleno de abnegación, que paga la deuda, que restaura la relación que viene desde un lugar de amor incondicional. Incluso nuestros mejores esfuerzos para perdonar en las relaciones humanas sólo señalan débilmente ese ideal que anhelamos.
Dios es santo, sí. Máximo, incluso, con máximo poder. Ese mismo poder fue puesto en exhibición por su voluntad de sacrificio, tomando las consecuencias que merecíamos con el fin de lograr pleno perdón y hacer la restauración posible. Sólo él puede proveer el máximo perdón, ese que tu corazón—y el mío—anhela.
Ningún otro satisfará.