¿Enviaría un Dios Amoroso a alguien al Infierno?

¿Enviaría un Dios Amoroso a alguien al Infierno?

Si supuestamente Dios nos ama, ¿por qué habría de enviar a alguno de nosotros al infierno?

Estoy profundamente convencido de que los condenados son, en cierto sentido, exitosos, rebeldes hasta el final; que las puertas del infierno están cerradas con llave por dentro.C. S. Lewis1

De todas las fórmulas para tramas en literatura, tal vez la más popular y duradera es la del viaje épico. El lector que sigue a Frodo mientras camina hacia Rivendell o el que sigue a Harry Potter mientras persigue los horrocruxes de Voldemort rápidamente se transforma en un participante del viaje. Compartiendo la aventura y el peligro del camino, el lector se da cuenta que él también, en el proceso, hizo un peregrinaje hacia el interior de su propia alma.

Ese es el caso en particular para los lectores del Infierno de Dante, mientras siguen el descenso de Dante y Virgilio por cada nivel del infierno. Poco importa si esos lectores creen o no en el infierno; Dante hace que el dolor y el horror sean tan reales que lo sienten como si ellos hubiesen estado ahí. Y a raíz de esta sensación, los lectores de Dante inevitablemente se formulan la pregunta más difícil que supone el tema del infierno: ¿Se puede acaso reconciliar la afirmación bíblica de que Dios es un Dios de amor con la idea de que Dios condena a la gente al
infierno?2

Afortunadamente, Dante no rehuye a esa pregunta. Más bien, enumera  enfáticamente las cuatro cualidades de Dios que se conjugan para construir el infierno: "justicia sagrada", "omnipotencia divina", "máximo intelecto" y "amor primordial". Pocos lectores quedarán impactados por las tres primeras, pero la cuarta puede -de hecho, debería- hacer reflexionar a muchos.

¿Cómo puede el amor jugar algún papel en el infierno?

Yendo a la Universidad

Aunque teólogos han debatido por décadas si las descripciones de cielo e infierno en la Biblia son literales o figurativas, hay una cosa que la Biblia deja en claro: Lo que el cielo promete -no importa cómo se vea- es la gloria de pasar la eternidad en la directa presencia de Dios. Igualmente, como sea que el infierno se parezca -independientemente si el fuego y la oscuridad son tormentos físicos o psicológicos- significa ser apartado de la presencia de Dios por la eternidad.

Una de las razones por las cuales el infierno es un concepto tan difícil es que muchos de nosotros (me incluyo) tendemos a pensar en cielo e infierno por medio de analogías falsas. Pensamos que la vida es como la universidad. Si obtenemos una A en la vida, vamos al cielo; si obtenemos una F, nos vamos al infierno. Para la mentalidad moderna, este escenario parece injusto, una violación a nuestra creencia firme de que todos los hombres son creados iguales.

Pero, ¿qué pasaría si hay dos universidades: una universidad del cielo y una universidad del infierno? ¿Qué pasaría si los que van a la primera quieren especializarse en Dios, mientras que los que van a la segunda quieren especializarse en ellos mismos? ¿Y qué pasaría si Dios, por amor a nosotros y respetando nuestra libertad, nos permite elegir a qué universidad ir?

Perdiendo Nuestra Humanidad

En "El Problema del Dolor" (The Problem of Pain), C. S. Lewis desafía a sus lectores a que analicen la parábola de Jesús sobre las ovejas y las cabras.4 En ella, las ovejas — que representan a aquellos que mostraron compasión por otros a través de sus vidas — son invitadas al cielo mientras que las cabras, que no mostraron compasión por otros, son arrojadas al fuego eterno (infierno). Entonces Jesús afirma explícitamente que el fuego eterno se hizo para el demonio y sus ángeles. Lewis señala que en esta parábola “quienes son salvados van a un lugar preparado para ellos, mientras que los condenados van a un lugar que nunca fue pensado para los hombres”.5

La implicación de esto es sorprendente y monumental: Dios no creó al hombre para el infierno ni el infierno para el hombre. Si esto es verdad, entonces tenemos una buena posibilidad de llegar al cielo cuando muramos, suponiendo que sigamos siendo seres humanos. Pero he aquí el problema.

Cuando persistimos en elegirnos a nosotros mismos y a nuestros deseos por encima de aquél que nos creó y lo que él quiere para nosotros, nos deshumanizamos nosotros mismos, y nos separamos de nuestro creador y nuestro propósito designado. Mediante un proceso que es tan teológico como psicológico, renunciamos a la parte nuestra que nos hace humanos.

Gruñendo

Lewis ilustra este punto más eficazmente en The Great Divorce (El Gran Divorcio), que en gran parte se escribió como respuesta a la obra de Dante. En él, lleva a sus lectores en un peculiar recorrido en autobús desde el infierno al cielo, durante el cual las almas salvadas tratan de convencer a las almas condenadas aún ahora de que renuncien a sus pecados y se abran al amor y la misericordia de Dios.

En cierto punto, Lewis se concentra en el alma condenada de una mujer quejumbrosa y charlatana que no cesa en intentar dar lástima para poder escuchar al santo que le fue enviado para ayudarla. Para Lewis, ella no parece una mujer "mala", sino sólo una quejumbrosa. Pero ese, le dice su guía, es todo el problema: ¿Es ella una "gruñona, o solo una queja"?6

Es decir, ¿sigue siendo ella una persona o se ha convertido en solo la esencia de su pecado? ¿Acaso ella se ha deshumanizado por completo? Si aún quedara una pizca de humanidad en ella, el amor de Dios puede cuidar la llama hasta que se avive de nuevo, pero si todo lo que queda son cenizas, no hay nada que hacer.

El verdadero amor no se impone a otro. Al final, somos nosotros mismos, no Dios, quienes nos arrojamos (o lo que queda de nosotros) al infierno, el único lugar del universo del que Dios, por su amor, ha retirado su presencia directa.

  1. C. S. Lewis, The Problem of Pain (San Francisco: Harper SanFrancisco, 2001), 130.
  2. La Santa Biblia, La Nueva Versión Internacional © 1984, 1 Juan 4:8, Mateo 5:29–30.
  3. Dante Alighieri, The Inferno, traducido por John Ciardi (Nueva York: Signet, 2009), 18.
  4. La Santa Biblia, Mateo 25:31–46.
  5. Lewis, 127.
  6. C. S. Lewis, The Great Divorce (San Francisco: Harper SanFrancisco, 2001), 77.
  7. Crédito de Foto: Luc Sesselle / Shutterstock.com.