¿Riqueza? ¿Fama? ¿Poder? ¿Felicidad? ¿Y qué hay del amor? ¿Cuál es su significado?
¿Alguna vez te has preguntado, en un momento de hastío o frustración, “es esto todo lo que hay en la vida?” Quizás sufres de agotamiento debido a tu búsqueda intensa de significado—en búsqueda de amor, condición social, dinero o excitación—y acabar con las manos vacías. O quizás has obtenido lo que buscabas, pero el resultado no es lo que pensabas.
No te puedes sacar esos pensamientos de la cabeza: ¿Qué pasó? ¿Esto es todo? ¿Qué sentido tiene entonces? ¿Cuál es el significado de la vida?
Un Rey Insatisfecho
En la historia del Oriente Medio Antiguo existe una historia que nos recuerda alguien quien está insatisfecho con el resultado de su búsqueda. Su nombre: Salomón. Era un rey; tenía riquezas, sabiduría, tierras, ganado, esposas y poder. Sin embargo, no se encontraba satisfecho.
Resumiendo su existencia tan privilegiada, dijo: “Lo más absurdo de lo absurdo, lo más absurdo de lo absurdo, ¡todo es un absurdo¡”1 Puesto de otro modo, “Es todo humo y espejismos. No hay nada de sustancia aquí. Nada satisface. Nada dura”.
¡El hombre tenía todo lo que puede ofrecer este mundo! No obstante, ¿todavía pensaba que no tenía sentido? No es muy alentador, ¿verdad?
Algo Más
El filósofo Peter Kreeft llama a Salomón “el primer existencialista”, al indicar que experimentó “el mayor temor del tiempo moderno, que no es tanto el miedo a la muerte… pero el miedo a lo sin sentido, de ‘vanidad’… el miedo a la Nada”.2
Cuando un hombre o una mujer llega al final tan esperado de todo su esfuerzo y no hay alegría, satisfacción, paz, ¿qué ocurre después?
Entonces, quizás, puede entrar Dios?
Si la sabiduría, el placer, las riquezas, el poder, el deber, el servicio—hasta el honor o la religión—te han dejado sintiéndote vacío o insatisfecho, tal vez eso sirve para indicarte que fuiste creado para algo más.
Como decía C. S. Lewis: “Si encuentro en mi mismo un deseo para el cual ninguna experiencia en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que yo fuí hecho para otro mundo.”3 ¿Puedes identificar en ti ese deseo aparentemente insaciable?
Puntos de Referencia
¿Qué tal si las expectativas frustradas, las decepciones, los anhelos no cumplidos de este mundio fueran realmente puntos de referencia, señalándote algo más allá de ti mismo? ¿Y qué tal si el significado de la vida no fuera acerca de las cosas que podemos obtener o lo que podemos lograr, pero acerca de un amor que sobrepasa el tiempo y el espacio?
Jesucristo dijo: “El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.”4 Los cristianos creen que Dios quiere que cada uno de nosotros tenga vida abundante—una vida buena, fructífera, gratificante—tanto así que envió a su Hijo para que nos rescatara y restaurara del quebranto del mundo, y el nuestro propio.
Dentro del cristianismo, la historia del amor de Dios por la humanidad es conocida como el evangelio, que significa literalmente “buenas nuevas”. El evangelio nos garantiza que Dios nos creó, nos ama y que desea tener una relación con nosotros. Quiere revertir las maldiciones del pecado y la tristeza, de la futilidad y frustración y atraernos a una relación con Él que comienza ahora y es eterna. Mediante el sacrificio voluntario y la resurrección de su hijo, Jesucristo, quien murió en la cruz como perfecto y completo pago por nuestros pecados, se abrió el camino a una relación personal y directa con Dios.
Los cristianos entienden que este es un regalo de Dios para la humanidad. ¿Cómo uno se puede apoderar de un regalo? Uno lo recibe del que lo ha regalado y lo “usa” o toma posesión del mismo con gratitud y alegría. Nos “inscribimos” para el regalo de vida abundante que Dios nos da creyendo en el evangelio y recibiéndolo con fe. Como dijo el Apóstol Pablo: “Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo.”5
Un Hijo Perdido Vuelve a Su Hogar
Jesús cuenta una historia en la Biblia sobre un hijo perdido que regresa a su hogar. Puedes haberlo oído. A menudo se conoce como la parábola del hijo pródigo. En la misma, un joven le pide a su padre su parte de la herencia. Esencialmente, liquida todos sus bienes y se va de casa, determinado a forjar su propio destino y hacer las cosas a su manera.
Usando el dinero que recibió de su padre, se dedica a vivir una vida destructiva y extravagante hasta que se da cuenta de que no le queda nada. Cuando ya no aguanta más—en la quiebra, hambriento y avergonzado—decide volver a casa y rogarle a su padre que le dé una oportunidad de trabajar como su empleado. No hay esperanza de que reciba la bienvenida en su hogar como un hijo después de su comportamiento.
Sin embargo, su padre lo sorprende. Cuando lo ve llegando desde la distancia, sale corriendo para abrazarlo. Antes de que su hijo termine de pedirle disculpas y de mendigar algunas sobras del comedor de su padre, este último lo devuelve a la familia y pide que se organice una gran celebración: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado.”6
Tú También Puedes Regresar a Tu Hogar
No hay un grupo de palabras mágicas que puedas recitar para acudir a la casa de Dios, pero al igual que el hijo pródigo, debemos pedir, con un corazón sincero, que se nos perdone y que nos deleitemos en nuestra restauración. Esto significa decirle a Dios que has pecado en su contra por tu comportamiento errante. Dile dónde has ido a buscar satisfacción y que no la encontraste, y dónde has “liquidado tus bienes” y que has querido forjar tu propio destino sin Él. Confiesa que crees en el mensaje de su hijo, Jesucristo, y que confías en el sacrificio de Jesús para restaurar tu relación con Dios, el Padre. Pide perdón a Dios y después deja que te dé la bienvenida al hogar.
Los cristianos creen que el significado de la vida se encuentra en tener una relación con Dios, mediante la experiencia y aceptación de su amor por nosotros. Una vez se encuentra ese amor incondicional, la vida adquiere un significado completamente nuevo.